La tierra se lamenta al darse cuenta de que, a pesar del paso del tiempo, nada ha cambiado. La injusticia sigue chillándose en voces nacidas en cualquier parte del mundo y el poder sigue levantándose, amenazante, cuando el ciudadano exige dignidad. Sobre ello reflexionaba Sófocles, hacia el año 442 antes de Cristo, en su obra 'Antígona' y sobre lo mismo se confiesa la versión de Rubén Ochandiano y Carlos Dorrego, con una Najwa Nimri que, en su debut en las tablas, encoje el alma del público al ritmo de un 'Over the rainbow' que sale de su garganta hasta arañar la piel del espectador, empujándole a luchar contra el abuso tantas veces consentido.
El montaje está basado en la 'Antígona' atemporal y tierna de Jean Anouilh, que en el momento de su publicación fue considerada una alegoría sobre la Resistencia francesa y la ocupación nazi.
Junto a Najwa están en escena, además del propio Rubén Ochandiano en el papel de Creón, actrices de la talla de Toni Acosta y Berta Ojea, el atractivo actor francés David Kammenos, Nico Romero, Sergio Mur y el pianista Ramón Grau, que pone banda sonora en directo a una historia que canta a la libertad al mismo tiempo que se dirige, imparable, hacia un destino trágico contra el que nada ni nadie puede luchar.
La trama comienza con el ascenso al poder de Creón tras el término de una guerra civil que ha llevado al país a tener que vérselas con una serie de leyes inhumanas, como por ejemplo, exigir que el cadáver del revolucionario Polinice se pudra a la intemperie. Esta violenta situación será el detonante de una historia en la que se enfrentan los que prefieren darse a la sumisión y los que deciden luchar contra el poder establecido. La tragedia sólo es cuestión de tiempo.
La rebeldía, la libertad, el poder y la religiosidad son cuestiones que se tratan en un texto bellísimo que alcanza uno de sus momentos cumbres cuando Creón y Antígona debaten sobre la felicidad y los ideales. Un acierto, del mismo modo, la inclusión en la escenografía de seis columpios colgados del techo de la sala que sirven a los actores para dar la espalda al público y a Antígona. El ágora de Tebas y el palacio de Creonte se transforman, en la Sala 1 del Matadero, en un espacio indeterminado que se va derrumbando sobre los protagonistas.
Los directores levantan con maestría una versión del mito clásico en la que se introduce el personaje de la Nodriza, que evoca la pureza de la infancia de Antígona, al mismo tiempo que se deshace de papeles como el de la madre de la protagonista, Eurídice. Hermoso detalle el homenaje a Anouilh mediante la introducción de un maestro de ceremonias francés, interpretado por David Kammenos, que realiza con soberbia la función del director de orquesta de la función.
Una obra incómoda que llama a la acción, en la que Najwa Nimri demuestra su valía en el escenario, sobre todo en ese monólogo en el que habla al pueblo con firmeza sobre la felicidad y el valor. Los matices con los que cuenta la historia harán que buena parte del público quiera entregarse a un segundo visionado. Reprochable, eso sí, la distancia con el espectador en la despedida del elenco y el innecesario subtítulo final, que incomoda a los presentes que ya se habían encargado de pensar por sí mismos.
Al ritmo del tango 'Youkali' de Kurt Weill, el público que se acerque hasta el 17 de marzo a Matadero se introducirá en una historia en la que se defiende la importancia de ser fiel a uno mismo con una belleza técnica y textual inusual. No se la pierdan.
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