EXTRA!

La diferencia de estatus social entre la noble y el plebeyo marca el conflicto principal de la trama, situada en el Nápoles español del siglo XVII. Una mujer indecisa, que unas veces se deja llevar por sus sentimientos y otras por las tradiciones de su clase social, y un joven humilde, que pretende casarse con la sirvienta pero que, sin darse cuenta, se ve enredado en una intriga cómica que le lleva a la desesperación. Su compañero de batallas, Tristán (Alejandro Saá), será el cómplice directo de tantos dimes y diretes que ni comen ni dejan comer a ninguno de los protagonistas.
Elena González presenta el consumo constante de los celos de la condesa de Belflor con una personalidad cambiante y, por tanto, con un trabajo más que desafiante. La actriz, que aparece en escena unas veces altanera y desafiante y otras zalamera y delicada, se introduce en un personaje pasional e impulsivo que la intérprete ha sabido representar a la perfección.
En la función que pudimos ver, el actor principal que da vida a Teodoro, Rodrigo Arribas, no formaba parte de la obra. No obstante, Fernando Gil salía confiado al escenario enteramente sumergido en los sentimientos que requiere su papel. Dividido entre el amor ciego de Marcela y la sospecha de que su dueña también le corresponde, se ve inmerso en un mar de dudas que no es capaz de comprender. La interpretación del galán resulta muy creíble, con expresiones que marcan la total naturalidad de un texto que conlleva, no sólo una gran dificultad, sino el peso y la responsabilidad de una obra tan representada y de la que se espera un mayor refinamiento con el paso del tiempo.

El
personaje a manos de Alejandro Saá
es el más divertido de todos, con esa picaresca peculiar tan tradicional de
los clásicos teatrales y literarios. Tristán
es un criado que siempre ha conseguido arrancar las carcajadas del público y,
en esta ocasión, Saá cumple
exquisitamente con su cometido. Un papel
sumamente agradecido con el que consigue lucirse de manera sobresaliente,
poniendo el punto de mayor comicidad de la trama.
Con
una puesta en escena más que sencilla que favorece el protagonismo de cada uno de los personajes, destaca la labor de
vestuario, a cargo del afamado diseñador Lorenzo Caprile. Trajes de época majestuosos
y de gran colorido acompañan sabiamente la línea cómica del texto, todo bajo la dirección de Laurence Boswell y Rafael Díez-Labín, que
presentan un trabajo sólido y de gran profesionalidad.
Amor, envidia, celos, honor y grandes dosis
de comicidad llenan de magia 'El perro del hortelano', obra de la que es imposible
cansarse gracias a grandes representaciones como la que hace la Fundación Siglo
de Oro (RAKATá). Un espectáculo brillante que hará las delicias de quienes quieran disfrutar del teatro clásico español.
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