
'El arte del perfume 1889-2014' parece, a simple vista, una exposición rápida recogida en la reducida e inmaculada Sala Minerva del Círculo de Bellas Artes. No obstante, los ocho perfumes que la componen guardan caudales de imaginación, arte en un soporte distinto, según defiende su comisario, el experto en arte olfativo Chandler Burr. La muestra estará abierta al público hasta el próximo 4 de febrero.
Siguiendo el orden cronológico
resultante de los diferentes movimientos artísticos, Jicky (Aimé Guerlain, 1889) 'abre nariz' con una notoria base
floral aderezada con canela y vainilla. La fragancia, representante del romanticismo, sigue en su composición la estela sintética que cinco años antes
inaugurara la francesa Fougère Royale.
El encanto de Jicky es, paradójicamente, su artificialidad, pues el aroma no
puede ser encontrado en la naturaleza.
Uno de los mejores emblemas del
arte modernista, Chanel Nº5 (Ernest Beaux, 1921), sigue siendo la fragancia
femenina más vendida en el mundo. La acertada mezcla de jazmín de chasse, rosa,
sándalo y ylang-ylang se postula como objeto de deseo para muchas mujeres que
se decantan por este aroma inabarcable y misterioso, pionero en presentarse en
una piel de cristal.
Cuando se trata de llamar la
atención de la manera más ilógica, el surrealismo es el movimiento artístico
que se lleva el gato al agua. Thierry Mugler lo tuvo en cuenta a la hora de
comercializar Ángel (Oliver Cresp,
1992). Esta intensa fragancia inunda la nariz con su caudal dulzón, libremente
combinado con hierba terrosa y mazapán. El resultado se ajusta a la definición
que el novelista estadounidense Thomas Pynchon hace del surrealismo: 'dentro de
un mismo marco, combinar elementos que normalmente no están juntos para crear
efectos sorprendentes y carentes de lógica'.
Sin dejar de lado las diatribas
referentes a la evolución del arte, Prada Amber (Carlos Benaïm, Max Gavarry y Clément Gavarry, 2004) trata de
resolver la lucha que supone el progreso creativo que no deja de lado las
estéticas pasadas. En este caso, la fragancia se alza más intensa y dulzona que
Jicky, con notoria presencia de miel.

En contraposición a lo evocador
de los anteriores perfumes, Eau de Lierre
supone un retrato fiel y minucioso de la tierra húmeda y la hiedra fértil. La
fragancia, representante del fotorrealismo, sienta cátedra en cuanto a la
reproducción de aromas se refiere, pudiendo identificar pulcramente la nota
amarga de la tierra y lo dulce de la hiedra.
El figurativo contemporáneo
plantea, por el contrario, una libre interpretación del concepto de belleza del
siglo XXI. Sin apostar de lleno por ningún elemento, J’adore L’absolu (François Demachy, 2007) representa efímeramente
el concepto del lujo y la instantaneidad imperante en este siglo con un aroma
floral que raramente resultará desagradable.
De manera análoga a lo que Prada Amber hace del romanticismo, Aqua Universalis (Francis Kurdjian, 2009)
reinventa el mítico agua de colonia, consiguiendo un aroma fresco y cítrico apto para cualquier ocasión. Por último, la casa Loewe presenta Aura (Emilio
Valeros, 2013), un resumen de los aromas que pisaron fuerte en los años ochenta
y que se nos presenta con un notorio toque frutal.
El perfume, una expresión
artística apreciada por algunos e insignificante para otros, es un campo de
investigación interesante que requiere de una sensibilidad especial para su
elaboración y valoración. Una joya que Chandler Burr ya ha mostrado a más de
150.000 visitantes.
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