viernes, 30 de enero de 2015

Una alerta contra el totalitarismo

EXTRA!

Cuando un pueblo vive mal informado y se deja llevar a ciegas por sus instintos sufre un equívoco en su lógica que puede comenzar de forma anecdótica hasta convertirse en un eslabón esencial de esas grandes cadenas llamadas totalitarismos. Sobre la propagación y aceptación de la degradación generalizada del nazismo escribió Eugène Ionesco en 'Rinoceronte', la fábula dramática que Ernesto Caballero retoma en el Teatro María Guerrero. El teatro del absurdo no lo es tanto en tiempos de desesperación social y aumento de extremismos que resultan más amenazantes de lo que parecen a simple vista.

La trama transcurre en una pequeña ciudad de provincias en la que un buen día aparece un rinoceronte que perturba la vida de la comunidad, generando un efecto de contagio que transforma a las personas en paquidermos. Lo que al principio se vive como un movimiento minoritario de exaltados se transforma en una inercia colectiva que fortalece a la manada debilitando a quien piensa por sí mismo. Pepe Viyuela personifica con su papel de Berenger el pensamiento discordante ante la alienación.

El espectáculo cuenta con una gran carga crítica y una actuación soberbia por parte de Fernando Cayo, que demuestra su versatilidad en una de las escenas más impactantes del montaje, donde se sirve de su voz y físico para mostrar una violentísima metamorfosis que corta la respiración. Durante tres actos claramente diferenciados, la epidemia arrasa con todos convirtiendo en un chiste el significado de la dignidad humana.


El Berenger de Viyuela queda tan abocado a la soledad como deslumbrado por la potencia de Cayo y el encanto inhumano de Fernanda Orazi, musa del dramaturgo argentino Pablo Messiez, que cada día está más inmensa sobre las tablas. El extenso reparto lo completan una serie de actores con trayectoria en teatro que se mueven entre la platea durante las dos horas del montaje, haciéndolo más dinámico pero complicando el disfrute del público de las primeras filas y del gallinero, unos con giros de cuello constante y otros sin posibilidad de visionar lo que no ocurre sobre el escenario.

La programación del título en estos momentos es tan oportuno como habitual que la individualidad se vea subyugada a los fenómenos de masas que no requieren ni de pensamiento crítico ni de responsabilidad. El adormecimiento de la mente se justifica con las bondades del entretenimiento mientras el ciudadano se concibe como un sujeto pasivo sin voluntad ni criterio.

La experiencia teatral de 'Rinoceronte' es artística y técnicamente soberbia, y la escritura dramática se conjuga a la perfección con otros lenguajes escénicos que se pueden ver en escena junto a una excelente escenografía de Paco Azorín y un brillante trabajo de iluminación por parte de Valentín Álvarez. A la altura, también, el vestuario de Ana López y las espeluznantes máscaras de Asier Tartás con las que se borra la identidad del individuo que se convierte en parte indiferenciada de la masa. La esperanza, eso sí, queda en manos de ese último hombre que no renuncia a pensar por sí mismo. Por suerte.


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