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viernes, 27 de febrero de 2015

La accidentalidad del amor

EXTRA!

Puede que todo surgiera como una valiente reacción frente a las persecuciones. Tanto la obra más compleja y surrealista del poeta Federico García Lorca como el encargo que el exdirector artístico del Teatro Real, Gerard Mortier, empeñado en la necesaria modernización de la cultura operística española, hizo al compositor español Mauricio Sotelo. El resultado, en ambos casos, es 'El público', un texto teatral en el que el escritor andaluz reflejó sus obsesiones teatrales y sus deseos homosexuales reprimidos, que ahora se transforma en una ópera del siglo XXI estrenada el pasado martes 24 de febrero en Madrid.

Las mil capas del escrito original se convierten en un montaje caleidoscópico en el que se fusionan disciplinas artísticas como el flamenco, la ópera, el teatro y la danza, que tratan de coexistir en la fascinante escenografía de Alexander Polzin, donde unas telas pintadas a mano colgantes observan cómo un director teatral llamado Enrique afronta su homosexualidad ante su amante secreto, Gonzalo.

La belleza poética de Lorca respira en las voces de los cantaores Arcángel, Jesús Sánchez y Rubén Olmo, la guitarra de Cañizares y la percusión de Agustín Diassera, a través de los que el flamenco tiene una presencia esencial en escena. El director musical Heras-Casado sobresale dirigiendo - sin batuta - a la prestigiosa orquesta especializada en música contemporánea Klangforum de Viena, compuesta por 36 músicos que brillan hasta el precioso solo para violín que cierra la compleja partitura.


La labor del libretista Andrés Ibáñez tratando de acercar una historia en la que prima lo teatral y lo onírico sin modificar el texto original es sencillamente formidable. Aunque el acento extranjero de algunos de los cantantes chirríe por momentos, destacan las voces de los cantaores junto al oscuro barítono José Antonio López como Director y la bella voz de Isabella Gaudí, que se enfrenta como Julieta a un aria de la que sale victoriosa incluso tumbada en el suelo.

La escenografía de Alexander Polzin, el vestuario de Wodziech Dziedzic y la coreografía de Darrel Grand Moultrie añaden espectacularidad a un montaje monumental en el que incluso hay tiempo para homenajear al cine mudo a través de una excelente proyección. A pesar de todo, no son pocos los espectadores que abandonaron las butacas en el estreno, probablemente por la alta carga de lirismo y eclecticismo que rebosa una adaptación con infinidad de lecturas secundarias.

Una pena que por prejuicios o impaciencia se perdieran una segunda parte gobernada por enormes espejos que reflejaron el conservadurismo que el público tuvo y retiene, golpeando al público con esas localidades vacías mientras Cristo agoniza en un escenario vacío tras el que el Coro Titular del Teatro Real sorprende, ya en su desenlace.

La ópera habla de poesía, teatro dentro del teatro y represión hasta concluir con la caída de máscaras de los que aman y los que no entienden, mientras los ecos flamencos y wagnerianos aún se escuchan entre los aplausos del público que ha elegido dejarse llevar en vez de juzgar, como los que se entregan ante la accidentalidad del amor. 


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