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martes, 26 de mayo de 2015

El alma de La Tasca de Figueroa

EXTRA!

No hace falta que llegue la primavera para que una ciudad como Madrid esté a reventar de gente andando por las calles y alternando en sus bares. En un país donde la hostelería de pequeños tragos y buenos bocados es casi una religión, resulta difícil sorprender con un restaurante en un barrio como Chueca, crisol de entendimientos y escaparate de nuevas tendencias. La Tasca de Figueroa (C/ Augusto Figueroa, 47) apuesta por la cocina de calidad y el cuidado de los clientes para alumbrar un espacio diseñado por Studio Di Verona con un toque industrial y madera que sirve de preámbulo a la buena comida.

Los fogones del jefe de cocina, Paco Moreno, saltean productos de temporada que respetan la estacionalidad de las materias primas, buscando proveedores especializados para conseguir la mejor calidad. Sin preferencias en cuanto a los alimentos disponibles, se da una vuelta de tuerca a la cocina de mercado, sin traspasar la línea de la cocina fusión.

Prueba de ello son los dos primeros platos que tuvimos el gusto de probar. Por un lado, la cecina de buey, tierna y con reminiscencias al sabor del lomo y el jamón curados. En segundo lugar, tacos de queso Idiazábal con confitura de tomate, ligerísimos y crujientes, haciendo honor a la palabra aperitivo en cuanto al apetito que disparan.

El cliente es un pilar fundamental en un restaurante donde el equipo se esmera por ofrecer un trato personalizado para crear una atmósfera de bienestar y confianza. De esta manera, no prima el hecho de consumir mucho y caro, sino la reincidencia de todos aquellos que se hayan dejado seducir por las recomendaciones del personal. Sin engaños. Así lo demostraron. En cuanto a la edad de los clientes, se pueden ver desde reuniones de amigos de mediana edad hasta parejas veinteañeras con ganas de comer bien.


Las setas de temporada (rebozuelo, boletus, perrechico) con huevo de corral fueron el terso y jugoso plato, rebosante de sabor, que dio paso a la deliciosa rareza, un tartar de atún rojo con aguacate, aderezado con algas wacame y mayonesa de wasabi, un placer para los sentidos. El inconfundible sabor del alga, que se va descubriendo según se mastica, la textura del muy picado atún y la cremosidad de la mayonesa configuran un plato que seguro aprueban los más sibaritas.

Si se quiere comer por la zona preservando la integridad de los bolsillos, el local ofrece un menú de mediodía (12,30 euros de lunes a viernes; 17,50 los sábados) en el que caben opciones tan sorprendentes como difíciles de encontrar. La ensalada de roastbeef con vinagreta de mostaza, la albacora con escalibada o el secreto ibérico con salsa de ajos confitados son algunos ejemplos de ello. A la hora de la cena, la carta es la protagonista del local, con un precio medio de 25 a 30 euros por persona. Para regar la ocasión se puede apostar por vinos que, en su mayoría, no superan los 22 euros por botella.

Para terminar, degustamos dos platos tradicionales con los que se apuesta por la calidad de la materia prima. El pulpo a la brasa es un espectáculo de sabor, así como la tarta de queso casera, que puso el broche de oro a una cena de sabores cálidos y conversaciones agradables con el copropietario y productor musical Marcos Cámara. Una apuesta por el confort del comensal, con salidas efervescentes a la zona de aprendizaje, materializada en la innovación moderada de la cocina tradicional.

Un restaurante moderno con ganas de hacer las cosas bien y un espíritu de mejora continua que lo aleja de la mera apariencia. En definitiva, un proyecto con alma que ya tiene su segunda base frente a los exquisitos Cines Golem y Renoir Plaza España, y que esperamos siga sorprendiendo y apostando por la calidad.


Texto de Sara Garzón.
Fotografías de David Molina.

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