lunes, 5 de octubre de 2015

Claroscuros en tiempos convulsos

EXTRA!

Érase una vez una ciudad llamada Berlín rendida en los últimos tiempos de la República de Weimar. Mientras aumentaban los impuestos, disminuía el poder adquisitivo de los consumidores alemanes y crecía el paro, una de las peores tiranías que el mundo ha conocido daba sus primeros coletazos. Basado en textos de Christopher Isherwood y John van Druten, el musical 'Cabaret' se estrenaba el 20 de noviembre de 1966 con música de John Kander, letras de Fred Ebb y libreto de Joe Masteroff.

La versión cinematográfica dirigida por Bob Fosse y la representación del espectáculo en más de 50 países pesan tanto en su historia como un régimen aterrador que, en cualquiera de sus adaptaciones, luce como telón de fondo de una trama en la que un club nocturno sirve para perder la noción del tiempo mientras el mundo se desmorona. El que se ha convertido en uno de los musicales más importantes de la historia estrenaba una nueva versión el pasado 1 de octubre en el Teatro Rialto de Madrid, con un portentoso y televisivo trío protagonista: Eduardo Soto, Cristina Castaño y Daniel Muriel.

Ambientado en la capital alemana en el año 1931, el decadente Kit Kat Club sirve de escenario de la relación de su estrella principal, la cantante inglesa Sally Bowles, con el escritor estadounidense Cliff Bradshaw, que llega a Berlín en busca de inspiración para su nueva novela. El romance entre la mujer que rige la pensión donde la pareja se aloja y un viudo judío propietario de una frutería conforma la trama secundaria de una historia narrada a través de la mirada del maestro de ceremonias del local.

Aunque ya en su rueda de prensa el director (Jaime Azpilicueta) y los productores avisaban de la distancia que querían marcar frente a producciones como la que en el año 2003 protagonizaron en el Teatro Nuevo Alcalá los actores Asier Etxeandía, Natalia Millán y Manuel Bandera, lo cierto es que resulta imposible sentarse en la butaca sin tener en cuenta lo que se ha visto con anterioridad, tanto en cine como sobre el escenario. A pesar de todo, el resultado no decepciona.

La técnica es perfecta. La iluminación de Juanjo Llorens presenta más de 450 efectos de luz y 500 focos que consiguen separar con maestría los mundos de ilusión y hostilidad enfrentados, mientras que el vestuario de Antonio Belat y las coreografías de Federico Barrios deslumbran y hacen sentir al público en un auténtico cabaret. Poco se le puede discutir a una escenografía portentosa que, durante dos horas y cuarto, presenta multitud de escenarios que entran y salen de las tablas con gran agilidad.


En lo referente al reparto, Daniel Muriel es una de las mejores bazas a nivel interpretativo. Su Cliff representa la unión entre el mundo americano y el europeo entregando una actuación soberbia que cede poco espacio al canto, centrándose en un texto dramático que contrasta con la ensoñación eterna de la Sally Bowles de Cristina Castaño, mucho mejor actriz que cantante. Su reto era considerable al ponerse al frente de temas como el clásico 'Maybe this time', ante al que aún le falta rodaje.

Incluso recordando la larga sombra de Asier Etxeandía como maestro de ceremonias, Eduardo Soto consigue conectar con el espectador en un papel muy exigente ante el que luce voz, talento y una capacidad camaleónica muy bien explotada por el vestuario y la caracterización expresionista que luce de forma constante. El excelente cuerpo de baile y la orquesta a la vista del público suman cohesión al engranaje del conjunto.

La transgresión queda a un lado en las escenas que protagonizan Marta Ribera (Fräulein Schneider) y Enrique R. del Portal (Herr Schultz), excelentes vocalmente en dos papeles secundarios que no les impide erigirse en las mejores voces de la producción. El lado más salvaje lo encarnan Pepa Lucas (Fräulein Kost) y Víctor Díaz (Ernst Ludwing), que erizan la piel del espectador en los momentos en los que el nazismo hace su aparición sobre las tablas.

Las máscaras van cayendo según aumenta el dramatismo hasta llegar a un desenlace durísimo, quizá alejado del tono global del musical pero perfectamente ejecutado y muy aplaudido cuando cae el telón y el espectador recupera la respiración. La apuesta más ambiciosa y arriesgada de la temporada en la capital pasa de la libertad a la desesperación mientras recuerda cómo se liberó la hidra del nazismo al mismo tiempo que se van fundiendo las luces del Kit Kat Club. Érase una vez una historia cuyo feroz desenlace habríamos preferido que sólo hubiese ocurrido en la ficción.


No hay comentarios:

Publicar un comentario