
El reto no era sencillo. Tomar varios ensayos filosóficos y convertirlos en un monólogo escénico de 70 minutos sin que el espectador bostece o desconecte de la representación habría sido complicado si director y actor no hubiesen estado tan bien elegidos. Juan Carlos Rubio dirige a Fernando Cayo en 'El príncipe' de Maquiavelo, una pieza estrenada en el Festival de Teatro Clásicos en Alcalá que obtuvo el aplauso de público y crítica en escenarios de Almagro, Olmedo o Sevilla, tomando la Sala Negra de los Teatros del Canal del 16 de octubre al 8 de noviembre de 2015.
El prestigioso dramaturgo andaluz se sumerge en la vida y
obra del escritor italiano, estudiando no sólo el texto político más influyente
de la época moderna, sino también otras obras suyas como 'Del arte de la guerra' o su propia correspondencia personal. Cuando comienza la función, el espectador
se encuentra ante un hombre desterrado, herido al no poder recuperar su vida
anterior. La escenografía reproduce un despacho bien iluminado en el que
transcurre toda la representación. Un tocadiscos, la grabadora y numerosos
libros le acompañan.
La relación entre el poder y la condición humana priman en
una pieza con elegantes recursos audiovisuales que sirven para que Fernando
Cayo recobre la respiración en un montaje sesudo, donde más allá del
entretenimiento se busca la reflexión y la constatación de que aquello que se
escribió hace 500 años sigue siendo aplicable a la situación actual.
Las pasiones, ambiciones y defectos son – en esencia – las mismas, y
para permanecer en el poder hay que tomar decisiones difíciles. No queda otra.

Cayo interpreta un papel complejo en el que los gestos y las
emociones son básicas para hacer creíble a un Maquiavelo en sus horas bajas, retirado
en su casa de campo a finales de los años 60. Ese cambio de vestuario del traje
a la indumentaria de leñador expresa la dualidad eminencia-don nadie que
sufrió tras ser privado de su cargo y encarcelado por presunta conspiración cuando
los Medici recuperaron el poder en Florencia.
El actor va recitando los pensamientos más profundos del
filósofo sin dejar de moverse por el escenario ni resultar impostado. Logrando que el público haga
paralelismos con quienes nos manejan hoy en día, la importancia de las
apariencias domina una función que sirve de desagravio a un personaje cuyo
nombre se utiliza como sinónimo de retorcimiento sin llegar a conocer su
pensamiento.
El 95% de lo que se dice en la representación son textos del
mismo Maquiavelo, convirtiendo un ensayo político en una obra teatral en la que
se advierte el profundo estudio al que Juan Carlos Rubio se ha sometido hasta
alcanzar los pasajes definitivos de la pieza. Los mecanismos del poder se aclaran
al detalle requiriendo, eso sí, toda la atención del espectador. Moisés,
Fernando el Católico y Teseo van apareciendo mientras el texto alude a la responsabilidad
individual de cada persona. Un manual de conocimiento muy necesario en tiempos
de convulsión política y social.
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