
Ilusiones de un mundo sin esperanza. Secuestrada en una habitación sin salida y con un hijo de apenas cinco años, Joy Newsome se encuentra ante la necesidad de crear una realidad en la que el mundo exterior es una falacia y la vida se teje entre las cuatro paredes de la jaula en la que se encuentran. 'La habitación', dirigida por el irlandés Lenny Abrahamson ('Frank'), aterriza en la cartelera española este viernes 26 de febrero, mostrando el poder del amor de una madre por su hijo.
Basada en el best seller 'Room'
de Emma Donoghue, la historia
transcurre en dos partes bien diferenciadas que exponen la agonía del secuestro
y sus consecuencias psíquicas. Un primer acto estremecedor a la par que conmovedor y una segunda parte más sosegada, aunque no por ello menos sobrecogedora, ensalzan el film como un drama de peso mediante un gran despliegue de
emociones que reclama la sensibilidad del espectador.
La sencillez se impone
como el gran acierto de una película que representa una situación agónica con la delicadeza de quien sabe calcular al milímetro la tensión, aportando la información necesaria para comprender la realidad de los personajes. El suspense se articula de una manera magistral hasta lograr una de las secuencias cinematográficas más inquietantes de los últimos
años.

La californiana Brie Larson ('Y de repente tú') encabeza
el reparto dando vida a Joy en un papel que le ha llevado a hacerse con el Globo
de Oro y el BAFTA a mejor actriz, logrando la nominación al Oscar en la misma
categoría. La rabia, entrega y desesperación quedan
impregnadas en su rostro cándido. Jacob Tremblay, por su parte, da vida a Jack, hijo de la joven secuestrada. Con la
inocencia propia de la niñez y una presencia asombrosa en pantalla,
el pequeño logra trasmitir la ingenuidad primero y la valentía después en un
ejercicio de evolución reseñable.
La fotografía de Danny Cohen destaca por intrusiva, cuidada y medida. Con su trabajo descubre el mundo que entraña la habitación, dotándola de la calidez reconfortante del hogar. Una realización convencional,
alejada de la búsqueda de belleza entre planos, choca con la carga
emocional del guión. La música de Stephen Rennicks envuelve las secuencias y, sin resultar
reiterante, se acompasa al ritmo de los hechos. Los aspectos técnicos se esconden tras la fuerza de los personajes y la emotividad de la trama.
La producción
independiente irlandesa ensalza las figuras de los intérpretes y reduce la
magia del cine a cuatro paredes entre las que revela que se puede abarcar tanto
como la imaginación alcance. La historia, narrada a través de los
ojos del niño, ofrece un punto de vista alejado de la tipificación
del drama y explora con la belleza típica de la niñez las reacciones y consecuencias que pueden acarrear los hechos delictivos.
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