
Nacido en la Atenas del siglo V a. C., Sócrates está considerado el padre del pensamiento occidental, mientras que la Antigua Grecia se venera como la cuna de la democracia. Con estos dos pilares como telón de fondo, y a partir de las referencias de textos clásicos de filósofos griegos como Platón, Jenofonte o Diógenes, Mario Gas y Alberto Iglesias tratan de reconstruir los últimos días del famoso pensador en 'Sócrates, juicio y muerte de un ciudadano'. La representación, que pasó con éxito por el prestigioso Festival de Mérida, así como por diferentes localidades en su gira nacional, recala hasta el próximo 28 de febrero en las Naves del Español en Matadero Madrid.
Tal es el peso que alcanzó su figura que la historia de la filosofía
griega nombra como presocrático al período que llega hasta las últimas manifestaciones no influidas por el pensamiento de Sócrates, incluso cuando las posteriores. Josep Maria Pou encabeza un elenco brillante que gira en torno a su vehemente e imponente interpretación.
El minimalismo de la escenografía de Paco Azorín reproduce el juicio que la asamblea de ciudadanos llevó a cabo contra el filósofo, acusado de corrupción de menores y traición a los dioses, denuncias que en realidad escondían el cuestionamiento de su libertad de pensamiento y de ciertos aspectos de la democracia. En boca del propio personaje: 'He sido juzgado y condenado a muerte por la misma democracia en la que creo o creía, pues en demasiadas ocasiones esta es violada, perturbada, sofocada, aniquilada y pervertida por sus propios actores: los demócratas'.
Una democracia imperfecta desde la misma base, como se encarga de recordar Amparo Pamplona en el papel de la mujer del filósofo, Jantipa, que no permite votar ni a mujeres, ni a metecos (como se conocía a los extranjeros en la Grecia de la época), ni mucho menos a los esclavos. Por aquello de lo que se le acusa, se solicita la muerte del filósofo mediante la ingesta de cicuta, convirtiéndose en una de las primeras víctimas de la democracia mal entendida.

Pese a tener
fuertes y poderosos enemigos cargados de inquina, como Ánito (Borja
Espinosa) y Meleto (Pep Molina), Sócrates se mantiene firme en su búsqueda de la verdad
y en la defensa de la honestidad. Llama la atención el reconocimiento por parte del propio pensador de su arrogancia al hacer un desprecio al jurado con una
moneda que saca de su bolsillo, gesto que acentúa el enfado de los presentes por el cual termina asumiendo el castigo. Una vez condenado, rechaza una huida por medio del soborno al considerar que sería una traición a la democracia en la que creía.
El estilo brechtiano
impregna toda la obra, intentando provocar la conciencia política de los
espectadores pero dejando que sean estos quienes saquen sus propias
conclusiones. Todo ello a través de un distanciamiento que pone el
foco en las ideas más que en sumergir al público en un mundo
ilusorio.
El guiño a
la Grecia actual está servido y reconocido por el propio Mario Gas, que dedica la historia a esta tierra, apostando por el avance de la Europa de los
ciudadanos frente a la del capital. 'Nazco cada día, vivo en todas las épocas y
nunca moriré', dice Sócrates en un momento dado del montaje. Aunque sólo sea a través de las
palabras, su defensa de la honestidad, el valor y la responsabilidad que tanto
defiende y persigue han llegado hasta nosotros en un viaje de 2.400 años.
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