
Este año se celebran los 400 años de la muerte de Miguel de Cervantes, el más grande de nuestras letras. Quiso la suerte que William Shakespeare, el más grande de las inglesas, muriese el mismo día. Así, el aniversario cervantino palidece al lado del shakespeariano y donde los ingleses sacan a relucir todo su chovinismo los hispanos sacamos el desdén, ese aprecio en forma de indiferencia que a menudo parece nuestro triste sello.
El Teatro Español, con Juan Carlos Pérez de la Fuente a la cabeza, ha querido contribuir a solucionar esta
injusticia cultural poniendo en escena 'El cerco de Numancia', la tragedia renacentista del alcalaíno, con el conciso
título de 'Numancia'. Hasta el 16 de mayo y con adaptación de
Luis Alberto de Cuenca y Alicia Mariño, el director madrileño recupera y actualiza el relato del asedio romano a
la legendaria ciudad celtíbera de Numancia.
Precisamente la libertad y cómo defenderla ante las crueldades inimaginables de la
guerra es el hilo conductor de la obra. Los numantinos, privados de la
posibilidad de luchar ante el cruel sitio de Escipión (Chema Ruiz),
deben hacer frente al hambre y la enfermedad, al amor y la imposibilidad de
vivirlo en plenitud, a la dignidad y la necesidad de hacer terribles
sacrificios para mantenerla. Al frente de los numantinos las mujeres, madres y luchadoras, tan presentes en la vida y obra de
Cervantes, son víctimas de las peores pérdidas y así lo echan en cara a sus
compatriotas guerreros con orgullo y sin pudor.

En la vanguardia del potente elenco destaca una deslumbrante Beatriz Argüello
y un sorprendente Alberto Velasco
encarnando las figuras alegóricas que pueblan esta Numancia (La Mujer y el Hombre, las Españas masculina y femenina,
el Soldado y la Muerte), bien engarzadas en la acción, en gran medida
gracias a un soberbio montaje y un buen
apoyo audiovisual que permiten al espectador viajar de los muros de la desaparecida población a los espacios oníricos con agradable sencillez.
Apartada de la fama por el exitoso formato de
la comedia nueva de Lope de Vega, la
tragedia cervantina encierra auténticas ideas revolucionarias que han pasado
silenciosas por la historia. Donde los dramaturgos barrocos hablan del honor y
los monarcas salomónicos, Cervantes
apunta al corazón del imperio español y disecciona sin piedad el asedio de Numancia, quizá pensando en el sitio de
Amberes por las tropas de Felipe II. Mariño y de Cuenca
alargan esta crítica histórica hasta nuestros días, pasando por el ocaso del
Imperio y la Guerra Civil hasta el ingreso en la Unión Europea y el trance que
vivimos con los refugiados árabes y africanos en nuestras fronteras.
Así se rescata sobre las tablas
la vena más humanista y universal del ilustre escritor,
tan necesaria como siempre y tan injustamente olvidada en su España natal. Así podemos acercarnos al Teatro Español para celebrar los 400 años de su pérdida y recordar que, como nos enseña esta 'Numancia', la libertad sin
dignidad no es posible.
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