
En una época en la que la fotografía y el vídeo parecen inundarlo todo, asomarse a la realidad más pura a través de un cuadro puede parecer un sinsentido. Al menos hasta que uno se topa con la exposición 'Realistas de Madrid'. El Museo Thyssen-Bornemisza de la capital, siempre por encima de la media en cuanto a calidad, originalidad y elegancia, acoge 89 piezas que incluyen óleos, esculturas, relieves y dibujos mediante las que se acerca al visitante a un movimiento a contracorriente que reivindicó la belleza de la intimidad silenciosa.
El director artístico Guillermo Solana y la hija del pintor Antonio López, María López, ejercen de comisarios de una muestra que permanecerá abierta al público hasta el próximo 29 de mayo. El grupo histórico y generacional de pintores y escultores que han vivido y trabajado en Madrid desde la década de los años 50, centrando su formación en el triángulo compuesto por
la Escuela de Bellas Artes de San Fernando, el Museo del Prado y el Casón del
Buen Retiro, vuelve a los orígenes pintando cielos azules en una época
en la que los creadores ya habían dejado de hacerlo. Se trata, además, del primer grupo de artistas españoles en el que las mujeres ocuparon un lugar destacado.
Dividida en tres grandes secciones, la exposición arranca con un recorrido por el tema
central del movimiento, la naturaleza muerta, que transmite la
vida humana de quienes pueblan salones, habitaciones y
baños que permiten reconstruir el más íntimo de los retratos gracias al detallismo de las máquinas de coser, lámparas,
teléfonos, libretas y botes de perfume que llenan de realismo los bodegones.

Las
esculturas de los hermanos Julio y Francisco López y las obras del maestro Antonio López, pintor más conocido del movimiento, así como la delicadeza y serenidad de
las obras de Isabel Quintanilla, brillan con luz propia, intentando definir la forma mediante la luminosidad en obras como 'Jardín', inspirada en unos frescos de la Roma antigua.
Como si de personas que salen tímidamente de su espacio de confort se tratase, los
realistas madrileños se van acercando al exterior observando primero a través de
umbrales y ventanas para finalmente abrirse a los jardines. Isabel
Quintanilla y María Moreno ponen la nota de color en unos paisajes que dejan atrás la palidez de piezas como 'Lavabo y espejo', de Antonio López. También se
atreven a recorrer las vibrantes calles de la capital, con la Gran Vía como
principal avenida que vertebra una ciudad en la que se conocieron, estudiaron, trabajaron y hasta se casaron entre ellos.
Resulta
casi paradójico que una forma tan literal y minuciosa de realismo logre
despertar la imaginación de un visitante que puede reconocer parte de su cotidianidad
en las pinturas al mismo tiempo que se detiene a admirar su
belleza. Lo local y lo íntimo
también son vías para alcanzar lo universal.
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