
El panorama político español alcanza una inestabilidad cada vez más acelerada. Mientras escribimos estas líneas nuestro protagonista es ya ministro de Consumo. No lo era cuando mantuvimos una charla a propósito de su libro más reciente, poco antes de Navidad, momento en el que ni siquiera sabíamos si se podría sacar adelante la investidura de quien hoy es presidente del Gobierno. Y añadimos más: cuando se escribía el libro nadie se imaginaba que el partido de la ultraderecha española alcanzaría más de tres millones y medio de votos y la friolera de 52 diputados en el Congreso.
Todo
esto viene muy a cuento para hablar de '¿Quién vota a la derecha?' (Península), escrito por el coordinador federal de Izquierda Unida, Alberto Garzón (Logroño, 1985). Una pregunta que
no puede llegar en mejor momento, como el propio Garzón comentó durante nuestra
conversación. La última crisis del capitalismo, que ocurrió a partir de 2008
y tuvo como protagonista al estamento financiero, abrió la puerta a un escenario
que no había sido posible en otras crisis de la segunda mitad del siglo XX: la
irrupción y ascenso de fuerzas de ultraderecha y sus discursos cuajados de
hipernacionalismo, xenofobia y misoginia.
Achacar
este panorama a viejos clichés como 'cuando
hay inestabilidad los discursos del miedo funcionan' o 'el auge de nacionalismos separatistas les ha dado luz verde' es
útil por simple y, aun cuando puede que encierren algo de verdad, nos dejan desprovistos de herramientas efectivas para contrarrestar la influencia de
estas fuerzas políticas. Garzón parece tener esto muy claro y por eso no realiza un ensayo político a modo de discurso, sino que intenta
investigar, con los datos en la mano, qué ha estado sucediendo de verdad.
El
coordinador federal de Izquierda Unida es
además militante del Partido Comunista
de España y por tanto marxista de formación y comunista de acción política.
Así, al menos, lo ha defendido siempre de forma pública. Es por ello que, antes de
nada, su libro realiza un breve pero completo recorrido histórico por las
distintas fases de la economía capitalista. Aunque los pormenores los dejamos
para los potenciales lectores, basta decir que a día de hoy la economía de mercado
ha agotado buena parte de sus caladeros y precisa nuevos nichos de
mercado en sectores que hasta ahora le estaban vedados, al menos en parte, como
puedan ser la educación o la sanidad.
Analizando
el voto por clase social, el libro nos muestra cómo el voto de clase sigue
siendo importante en nuestro país. Las clases trabajadoras se decantan por la
izquierda, especialmente por la más moderada, ejemplificada por el PSOE, mientras que los directivos y
clases altas votan preferentemente por la derecha. Pero en esto llega una
paradoja que Garzón señala con
acierto: los partidos más a la izquierda y que se identifican a sí mismos como
más próximos a la defensa de los trabajadores (en referencia a todos los
partidos que concurrieron bajo el paraguas de Unidas Podemos en abril de 2019) no son votados por estas clases,
sino por profesionales cualificados de la clase media, especialmente por aquellos
que trabajan en el sector sociocultural.

Para
el ahora ministro, aquí está la clave del éxito o del fracaso. Según la izquierda
moderada se vaya viendo incapaz de mejorar las condiciones de vida de los
trabajadores, ¿a quién votarán? El giro obrerista del Front
National (ahora Rassemblement National) de Marine Le Pen es ya un hecho consumado
en Francia, y la posibilidad de que
esto se replique en otros lugares no es desdeñable. Además, como indica Garzón, ni siquiera es necesario que la
ultraderecha acceda a los gobiernos, basta con que alcance una masa crítica de
representantes que le permita desestabilizar el sistema.
Para
combatir esto, alternativas como las propuestas transversales o de tercera
vía al estilo del Labour británico o la persistencia de la mitología izquierdo-soviética
ya se han demostrado ineficaces. El autor lo tiene claro: el discurso no es
suficiente, hacen falta políticas. Sólo planteando alternativas que mejoren las condiciones de las clases trabajadoras (que son,
recordemos, la mayoría de la sociedad) se puede convencer a estas de que los
cantos de sirena de la ultraderecha no sólo son falsos, sino potencialmente destructivos.
Así nos lo aseguraba en la entrevista y creemos que en este espíritu se basa el
actual gobierno de coalición, según las palabras de sus propios integrantes.
Antes
de dejarle marchar de una maratoniana jornada de entrevistas, quisimos lanzar
la última cuestión: qué pintan los nacionalismos no centralistas en todo esto. ¿Son culpables del ascenso de la ultraderecha o una
fuerza potencial que permita forzar la mano del destino político? Para Alberto
Garzón no son ni lo uno ni lo otro. No son los demonios que los nacionalistas
españoles pintan con declamaciones impostadas pero, según el político, como
todos los nacionalismos, no tienen como objetivo el cambio económico, productivo
y político que es necesario para la mejora de la vida de los trabajadores.
Estos
interesantes apuntes nos dejó la charla con Alberto Garzón. Notas sobre una
investigación minuciosa y bien presentada que no podemos dejar de recomendar a
todos los que quieran entender por qué, desgraciadamente, los heraldos del odio
están llamando de nuevo a las puertas de nuestra sociedad.
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